Familia, infancia,
juventud 
y aficiones

Mario y su familia 

Las familias Pinzón y Laserna, y la red de socios y amigos vinculados con la política y la economía, estuvieron inmersos en el complejo entorno de un país que se modernizaba con una tranquila pero ascendente industrialización, especialmente en Medellín y Bogotá.  

En su juventud Mario Laserna fue además testigo de los debates sobre las reformas de la educación superior, animadas por Darío Echandía durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo y a tono con las transformaciones que experimentaba el país en todos los campos mientras se modernizaba, urbanizaba y recuperaba demográficamente, dejando atrás el país pastoril y aldeano.  

La infancia de Mario empezó en París y continuó en Bogotá, Ibagué, RUbaté. Oriundo de Rionegro, Antioquia, había traído a su familia desde Sonsón a Risaralda. De allí se trasladaron a Ibagué, cuando sus hijos Francisco y Emiliano prosperaron con los negocios de comercio, arriería, remate de rentas de aguardiente y correo, ganadería y generación de energía. Por eso en las haciendas de la familia en Tolima, Mario aprendió desde niño a montar a caballo, criar ganado y cultivar arroz con sofisticada maquinaria y técnicas de irrigación. 

A su condición de miembro de una clase privilegiada, unía sus dotes de joven talentoso capaz de liberarse del yugo de los deberes escolares cotidianos para observar y reflexionar sobre su entorno. Una temprana temporada de estudios básicos en New York, luego otra en Bogotá haciendo el bachillerato en dos de los colegios más prestigioso del país y posteriormente, una experiencia universitaria en que paralelamente estudiaba por su cuenta a los grandes pensadores de occidente –en compañía de su mentor intelectual Nicolás Gómez Dávila– y observaba las fallas de la universidad en Colombia, le permitieron no solo prepararse para dar el paso más importante de su vida, sino plantear un proyecto que transformará la educación superior en el país, y con esta, replantear la manera como debía encararse su modernización en medio de un violento conflicto político protagonizado por los dos partidos políticos dominantes en el país: Liberal y Conservador. 

“Recuerdo en mi niñez cuando le pregunté a un tío mío que había sido general conservador distinguido, por qué peleaba él contra los liberales. Me contestó: – ‘Porque era el enemigo’. Bueno, ¿y por qué el liberal era el enemigo?, insistí preguntón: – ‘Eso sí no me lo preguntés porque no tengo ni idea. Era el enemigo y eso me bastaba’, fue la tranquila respuesta. Entre otras cosas y al tenor de la discusión, prefiero esa respuesta a la que calumnia al enemigo y logra aprovechar el idealismo de la juventud para lanzarla al delito, permitiéndole justificar con una ‘convicción ideológica’ los mayores crímenes y atropellos. Desgraciadamente el siglo XX ha inventado las guerras por causas idealistas no por las normales de expansión o puro ‘animus bellicus’. Ellas son mucho más inhumanas y permiten la aparición de verdaderos delincuentes al mando de una nación o un ejército” (Mario Laserna, recuerda una conversación que tuvo de joven con un tío conservador que combatió en las guerras civiles a nombre del Partido Conservador). 

 

Helena Pinzón de Laserna y el apoyo a su hijo Mario 

Helena Pinzón nació en Bogotá en 1890 y murió en la misma ciudad a los 82 años, el 20 de enero de 1971, en casa de su hija Cecilia Laserna Pinzón de Aparicio, luego de larga enfermedad.   

Ella y su hermana Isabel Pinzón de Carreño aportaban “para el diario de la Universidad, porque no había con qué pagar la luz […] con qué pagar el agua […]. Entonces Mario recurría a doña Helena y ella venía con unos billetes envueltos en papel periódico y una cabuya y con eso pagábamos. Ese fue […] un aporte sumamente importante a la Universidad”, anota un amigo de Mario Laserna que ayudaba con las cuentas de la Universidad en sus inicios.  

El legado que dejó a Colombia el joven Mario Laserna  

Aunque nació en París y tuvo la oportunidad existir como “ciudadano del mundo”, siempre encontró en Colombia un espacio y una oportunidad de usar su fortuna para contribuir a la transformación del país en la escala de sus posibilidades.  

En una entrevista decía que le “quedó algo parisino: ese gusto por el contacto con las diversas capas de la historia de una persona o de una ciudad. París da una experiencia directa con la historia. Me sentía muy bien allá”. Cuando tenía 24 años la visitó de nuevo y fue el lugar de la leyenda fundacional de Los Andes de que, en París, en 1947, fue donde definitivamente decidió emprender la fundación en Colombia de una universidad. 

El principal legado de Mario fue contribuir a la transformación del país mejorando la vida de los colombianos por medio de la educación. Era precozmente consciente de la importancia de hacer algo trascendental para el país. Y cumplió. Así lo reconocieron las voces autorizadas que lo incluyeron entre los colombianos más influyentes del siglo XX en Colombia. Para José María de la Torre, Alfonso López Michelsen y otros, el mérito de Mario fue convertir a Los Andes en un proyecto concreto. El éxito de la fundación se inició con la unión de dos generaciones: la de los jóvenes que querían trabajar con nuevas ideas para ayudar a solucionar problemas, y la generación anterior a la de Mario que fue generosa y apoyó la idea de Mario y a los jóvenes que lo acompañaron en la aventura de la Universidad. 

A sus 24 años, se dio a la tarea de bosquejar la idea de una nueva universidad en Colombia. Un año después se impuso la meta de crearla y al cumplir 25, esa universidad ya estaba fundada y organizada. Acostumbrado desde niño a hacer lo que se le daba la gana, de joven ganó confianza y, de adulto, más terquedad y seguridad en sí mismo. El qué dirán, como a su madre, lo tenía sin cuidado. Perseverante, lograba lo que se proponía, la adversidad y el altisonante lugar común colombiano, “eso no es posible”, avivaban su “indomable razón”. 

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