Francisco Laserna Bravo, Cecilia Laserna, Mario Laserna (niño), Helena Pinzón y Elena Laserna, París, 1924. Foto. Colección particular, familia Laserna Pinzón: Arturo Aparicio Laserna.
Su familia siempre estuvo cerca de la educación
Fray Rafael de la Serna, franciscano que, a principios del siglo XIX, fundó el colegio que sentó las bases de la futura Universidad de Antioquia.
Universidad Externado de Colombia, fundada por José Nicolás Pinzón Warlosten, primo hermano de su madre.
La labor educativa de su bisabuelo Cerbeleón Pinzón y sus descendientes directos en Santander y Cundinamarca.
Mario Laserna Pinzón nació en París, “por casualidad”, el 21 de agosto de 1923. La familia Laserna Pinzón registra que ese viaje también tenía como propósito un tratamiento médico para Elena Pinzón Castilla. Ella y Francisco Laserna Bravo viajaron a Europa con sus hijas Elena y Cecilia. Los hijos varones se quedaron en Bogotá bajo el cuidado de su tío Emiliano Laserna.
Mario fue bautizado el 21 de noviembre de 1923, en la iglesia Notre Dame de Grace de Passy, ubicada en 10 Rue de l´Annonciation, 75016, cercana del Sena y de la calle donde residió la familia durante una larga estancia en París.
Mario es hijo de padres de edad avanzada para los estándares de su época. Él con 57 y ella con 42, alcanzaron edades superiores a las de la mayoría de los colombianos a principios del siglo XX, cuando la esperanza de vida para hombres y mujeres estaba por debajo de los 40 años1.
Los Laserna Pinzón permanecieron tiempo suficiente en Europa como para que Mario y sus dos hermanas, Elena y Cecilia, ya adolescentes, aprendieran el francés.
La infancia de Mario transcurrió entre padres muy adultos y hermanos adolescentes, lo cual le permitió desarrollar esa temprana habilidad para comunicarse fluidamente con gente de mayor edad.
1Jaime Carmona-Fonseca, “Cambios demográficos y epidemiológicos en Colombia durante el siglo XX”, en: Revista Biomédica, 2005; No. 25, pp. 464-480. Consultado 2 diciembre 2022: Cambios demográficos y epidemiológicos en Colombia durante el siglo XX. | Biomédica (revistabiomedica.org)
Francisco Laserna Bravo, Cecilia Laserna, Mario Laserna (niño), Helena Pinzón y Elena Laserna, París, 1924. Colección particular (familia Laserna Pinzón: Arturo Aparicio Laserna).
Don Francisco “Pacho” Laserna y el origen de la fortuna familiar
A Francisco Laserna Bravo se le conoció en su tiempo como Don Pacho Laserna, acaudalado hombre de negocios con actividades en Valle, Gran Caldas, Antioquia, Tolima, Cundinamarca, Santander, actual departamento del Meta y Estados Unidos. A medida que su fortuna crecía, Francisco Laserna Bravo trasladó paulatinamente toda su parentela de Antioquia a Tolima, Risaralda, Quindío, Caldas y actual departamento del Valle. Por eso, padres, tíos, hermanos y primos terminaron apareciendo domiciliados en Filandia, Cartago, Pereira, Armenia, Bogotá y otras poblaciones. Su tía Leonor Bravo Henao y su padre murieron en Ibagué en 1937.
Al morir en 1952, El Espectador lo consideró uno de los magnates colombianos de la primera mitad del siglo XX que habían empezado a amasar su capital durante la Regeneración y en general, durante la hegemonía conservadora.
En la lista de hombres de negocios más destacados del país figura junto a Pepe Sierra y Pedro A. López, Nemesio Camacho, Juan Bautista Mainero, Leo Kopp, Santiago Eder, Coriolano Amador, Alejandro Echavarría, Fernando Vélez Daníes, Félix Salazar, Lorenzo Jaramillo Londoño, Adolfo Held, Eduardo Vásquez Jaramillo, Tulio y Pedro Nel Ospina.
En 1880, Dionisio, abuelo de Mario, había quedado en la ruina y migró buscando recuperarse. Se instaló en Sonsón, población de tierra fría (2.500 MSNM) que prosperó por estar en la ruta comercial de Cartago – Manizales, a través de la cual se movilizaba cacao, panela, maíz, ganado, cerdos, tasajo y mulas hacia la próspera Antioquia aurífera y colonizadora de la segunda mitad del siglo XIX. Como era habitual, los padres heredaban los oficios a los hijos y Francisco Laserna así lo hizo con el negocio de la arriería y su filial, el comercio, bastante oportunos durante la colonización del suroccidente colombiano.
En vista de que la fortuna no le sonrió, al cabo de tres años, Dionisio decidió partir de Sonsón con su hijo mayor que pese a su deseo de estudiar, debió abandonar la escuela para acompañarlo. Gracias al apoyo de amigos, migraron a Cartago donde abrieron una tienda que, como ocurría con otras poblaciones del sur de Antioquia y el norte del Cauca, vivían un auge económico gracias a la colonización. Francisco por su parte, con un “caballito comprado en 17 pesos”, empezó a transportar de Cartago a Pereira, cacao, almidón y otros artículos comprados a crédito, aprovechando que el ejército se estaba acantonando en esa zona durante la guerra de 1885.
Con las ganancias, fue reuniendo una recua (un gran grupo de mulas y bueyes) y a los 18 años ganó el remate de la renta de aguardiente del pueblo de Filandia. Allí se instaló con toda su familia. Emiliano, su hermano menor, y futuro socio, apenas tenía cinco años. Francisco abrió tienda y compró tierra donde tumbó selva y sembró maíz y caña, organizó un trapiche e instaló una pequeña fábrica de aguardiente para cumplir al gobierno con la renta y aprovechar para vender licor en los pueblos de Salento y Circasia.
Con cien cuadras de caña, dice en sus memorias, “en dos años fui rico de pueblo” pudiendo diversificar en ganadería, tecnificando el trapiche con una rueda hidráulica y ampliando las siembras. “Como consecuencia de esta holgura mandé a estudiar a mi hermano Manuel a Ibagué. En estas circunstancias (…) me sorprendió la guerra del 99” (Guerra de los Mil Días) que aprovechó, como simpatizante del partido Conservador, que por entonces controlaba el gobierno nacional, para aprovisionar de carne y mulas para alimentar y transportar tropas. Asimismo, gracias a la amistad con oficiales conservadores al mando, podía salvar la prohibición de sacar su ganado y el de otros –cobrando comisión por cada animal– hacia otras zonas, especialmente a Antioquia. “Estos oportunos servicios me dieron magníficos resultados pecuniariamente, y amén la política adquirí algunas influencias sobre todo para sacar antioqueños de la cárcel, a la cual eran llevados por ser antioqueños y liberales” (Magazín Dominical [separata de El Espectador], No. 209, Bogotá, marzo 23 de 1952).
La Guerra de los Mil Días estalló el 19 de octubre de 1899. Necesario advertir que por la inestabilidad política marcada por las guerras civiles y la monetaria marcada por la debilidad económica del país y el caos provocado por el devaluado papel moneda de curso forzoso establecido por el gobierno de Núñez, tomó forma una conducta económica de los negociantes caracterizada por una alta diversificación que abarcó el comercio de importación y exportación, remate de rentas (aguardiente, tabaco, sal, papel sellado, correos, etc.), bancos, agricultura, ganadería, transportes ferroviario y de arriería, servicios públicos de electricidad, acueducto, plazas de mercado y tranvías, urbanización y algunas fábricas. No obstante, la inversión preferida con lo obtenido de ganancias, especialmente de las rentas, se suele invertir en tierra o en la expansión del negocio de las rentas, la banca y el transporte. En las últimas décadas del siglo XIX, frente a su problema de caja, el gobierno decidió acudir a rematar entre particulares la explotación de las rentas. Estas se subastaban y se entregaban al mejor postor, que debía entregar anticipadamente al gobierno, incluso en lapsos hasta de cuatro años, lo que este calculaba debía ser el recaudo. Al ganador del remate, se le exigía una fianza respaldada en diversos bienes. Si era la renta del correo, debía contar con recuas propias o arrendadas, si era del aguardiente debía contar con cañaduzales, trapiches y mulas para transportar el aguardiente hasta los consumidores, si era de sal, debía contar con las respectivas minas, etc. Los rematadores ganaban mucho porque promovían más consumo del que se obligaban en los contratos con el gobierno. Capturas con prisión, compartos y contribuciones de guerra eran impuestas por los grupos vencedores a los vencidos durante una guerra civil. También había prisión cuando no se entregaban los empréstitos forzosos. Algunos prestamistas hicieron fortuna prestando a interés a perseguidos políticos para que pagaran los compartos y contribuciones a que eran sometidos por quienes controlaban el poder.
En efecto, poco después de terminar la guerra, Don Francisco con sus recuas se dedicó a transportar sal de Zipaquirá a Ibagué y Cartago y de regreso, cacao de Cartago a Ibagué y Cundinamarca, donde abastecía fábricas grandes de chocolate como Chaves y La Equitativa. Solo en bueyes, contaba más de cien cabezas, “y así aumentando mis recuas podía movilizar en el verano en fletes ajenos y mis recuas en el invierno, sin perjuicio para ninguno, porque equilibraba el valor de los fletes”, anotó en sus Memorias.
También se enteró a través de periódicos de que un gran rematador de rentas de Cali necesitaba un contratista para mover los correos de Ibagué a Cartago, Buenaventura y Popayán. Viajó a Cali y negoció la mitad del contrato. Una vez concretó ese negocio, Francisco y su hermano Emiliano se trasladaron a Bogotá y asociados con Félix Salazar y otros comerciantes de Manizales, obtuvieron del gobierno la renta de todos los correos de la denominada zona del Pacífico, conectándola desde Ibagué con el oriente del país: “–Nosotros podríamos cubrir el servicio de correos en los cuatro departamentos. –¿Y cuántas mulas tienen para hacerle frente al contrato? les preguntó el presidente Rafael Reyes. Ambos hermanos se miraron entre sí. No habían calculado cuantas mulas necesitaba esa empresa. Para salir del atolladero, rápidamente preguntaron al presidente: –¿Y cuántas mulas cree usted general, que se necesiten? Unas trescientas. Emiliano interviene antes de que Francisco muestre sorpresa: –Está bien, general. Tenemos trescientas sesenta mulas listas y descansadas”.
Una vez fuera del despacho presidencial ambos hermanos empezaron rápidamente la compleja tarea de comprar recuas en país donde las mulas y bueyes eran un producto de lujo, escaso y costoso, base del transporte a corta y larga distancia. Los malos caminos “devoraban las mulas” de arriería, así como la langosta devoraba maizales. Las pérdidas de animales por caída en abismos, ahogamiento en los ríos y pantanales que se las tragaban durante el invierno encarecían no solo las mulas sino los fletes. Incluso, algunos comerciantes se arriesgaban en largos viajes a Ecuador y Perú para obtenerlas.
Los Laserna pusieron en operación 2.500 mulas con el correo del Gran Caldas, el Gran Cauca, el Tolima Grande y Cundinamarca. Las recuas se movieron hasta Buenaventura transportando mercancías de importación y exportación. Como dice don Pacho en su memoria empresarial, invirtió en algunos ferrocarriles, porque a falta de carreteras, los trenes se abastecían de la carga movilizada en mulas y vapores. Los Laserna se turnaban en el servicio de muchas rutas que exigían la compañía personal de los arrieros, la vigilancia de las caravanas, el análisis de los costos del transporte de acuerdo con el estado de los caminos y las temporadas de lluvia o sequía, el alimento y salud de los animales, la reposición de las mulas que perecían durante las travesías y el movimiento de carga y barcos en los puertos marítimos y fluviales. Esta compleja operación ilustra sobre el modo como Colombia se modernizaba lenta pero segura, a lomo de mula y a paso de ferrocarril, conformando así un mercado interno mediante la conexión de las regiones más pobladas en el centro, occidente y norte del país.
En 1904, Francisco y Emiliano Laserna se establecen en Bogotá, precisamente cuando el empresario Rafael Reyes, asume la presidencia (1904-1909). Los grandes rematadores en Colombia automáticamente ganaban fama de millonarios. Francisco fue invitado por Reyes a ser accionista del Banco Central que, pese a las críticas que este entuerto financiero desató en el país, terminó sacando de apuros al gobierno comprándole un cuantioso paquete de bonos de deuda pública, sirviendo de tesorería general de la Nación, apoyando la construcción de la red ferroviaria nacional y monopolizando a través de sus accionistas, las principales rentas. Desde la Regeneración, el comportamiento económico de estos negociantes y su estrecha vinculación con la política expresa el ascenso de una incipiente burguesía muy involucrada con la administración de un Estado nacional en formación y una economía que se expandía ya no solo con exportación de frutos tropicales como el café, sino con el inicio del proceso de industrialización, la explotación petrolera, el desarrollo de la banca y los transportes pesados como el ferrocarril y la navegación motorizada por el río Magdalena.
Los hermanos Laserna en efecto, eran rematadores y las rentas que acumularon en ese negocio las invirtieron en tierras y en las compañías de ferrocarriles de Tolima, Amagá y Cauca. Ambos crearon más de 100 sociedades que desarrollaron empresas ganaderas en Valle, Caldas, Cundinamarca, Tolima y Meta, de carbón mineral en Cundinamarca y Valle; de curtiembres en Antioquia, Caldas y Cundinamarca; construcción y explotación de salas de cine en Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla; exploración y explotación de petróleos en las zonas del Carare y la misma Amazonía junto a adquisición de derechos en la Concesión Barco; búsqueda de oro, plata y platino en el Valle, Antioquia y Chocó, explotación maderera en la región del Pacífico, bancos en Caldas, Antioquia y Cundinamarca, producción de energía eléctrica en Tolima y Quindío, y por último, fábricas de chocolate, gaseosas y medicamentos en Bogotá.
Los hermanos Laserna Bravo reunieron una de las grandes fortunas nacionales. La Laserna es otro caso de familia de negociantes destacados vinculados a los cambios económicos y sociales gestados durante la Regeneración, no tanto por lucrarse de contratos con el gobierno a través de las redes de influencia basadas en el desempeño de cargos públicos, sino por su capacidad de responder, primero a un medio turbulento en lo político y económico que va de 1861 a 1902– y luego, a los cambios que empezaron a ocurrir después de la Guerra de los Mil Días, cuando un periodo prolongado de relativa paz política, originó oportunidades a los negociantes que vertieron toda su experiencia para iniciar nuevas compañías, a veces con el Estado y otras de forma independiente.
Fue así como Francisco Laserna y su hermano fueron precursores de las primeras empresas de energía eléctrica en Tolima y Quindío, pioneros de la tecnificación de la agricultura mediante riego y maquinaria en la meseta de Ibagué, organización de laboratorios farmacéuticos en el centro del país donde también operaron una fábrica de gaseosa. Asimismo, fueron pioneros de la industria petrolera, en el entendido de que las fuentes de energía son condición de la industrialización, que debían desarrollarse para permitir actividades agrícolas e industriales en Tolima, Quindío y Cundinamarca. La fortuna amasada con negocios y empresas garantizó a las siguientes generaciones una vida holgada, incluso después de la muerte de Don Francisco. Igualmente, a Emiliano Laserna, quien dejó como herederos a su esposa y sobrinos, a falta de hijos propios.
Francisco Laserna Bravo y su apoyo a la Universidad de los Andes
El apoyo económico dado por Francisco Laserna aseguró la primera sede de la Universidad. Esta contribución la determinó el padre del fundador al observar que, a la oficina que estaba al lado de la suya y donde Mario atendía los asuntos de la Universidad, llegaban muy decididos los amigos de su hijo. Para su sorpresa, veía entre ellos a hombres mayores y notables en las letras, la ciencia, la industria y la política, incluso de su generación, como Roberto Franco. Tal vez su hijo no estaba tan desubicado con su proyecto, al que inicialmente consideraba algo descabellado. Por eso don Pacho acompañó al grupo a conocer el predio de la antigua cárcel de mujeres. Una vez observó el lugar exclamó: “Si ustedes encontraron esto en Bogotá es que van a salir adelante con eso de la universidad…”. Es por esto que algunas de las primeras grandes donaciones hechas a Los Andes fueron las de don Francisco y la de su amigo, el canadiense William McCarthy, con quien compartía su interés por la industria petrolera.
Francisco Antonio Laserna Bravo murió de 84 años en el municipio de Chiquinquirá, corregimiento de San Miguel de Sema, Boyacá, a donde viajó desde Bogotá la víspera de su muerte con destino al vecino municipio de Simijaca donde estaba su amada hacienda Paicagüita. Falleció un 21 de febrero de 1952, el mismo día que su esposa estaba de cumpleaños. Por eso ella los siguió celebrando el 28 del mismo mes. Cuando ocurrió el insuceso, Helena Pinzón pasaba una temporada en New York con su hermana Isabel. Mario adelantaba por esos días estudios de postgrado en filosofía en la Universidad de Princeton.
Acerca de los hermanos mayores de Mario
Entre todos los miembros de su familia, Mario sentía especial inclinación y afinidad por el hermano mayor, Francisco: “Era a quien habían educado de forma más esmerada en instituciones prestigiosas, pero tuvo un fin trágico porque se suicidó de unos veintisiete o veintiocho años”. Fue Francisco quien le hablaría a Mario sobre lo conveniente que podía ser para él su ingreso al Gimnasio Moderno.
Nunca quedó del todo claro si la muerte de Francisco el 26 de julio de 1936 se trató de un suicidio o un accidente, cuando la pistola Colt Caballito que manipulaba se disparó, le dio justo en su corazón y lo mató. Mario estaba presente en la casa familiar en la Carrera 7a N. 19-80, en Bogotá, cuando ocurrió el hecho. Con catorce años, la temprana muerte de su hermano favorito lo afectó profundamente toda su vida, según le dijo a su última compañera sentimental Martha Ballesteros. Francisco contaba con 28 años, inteligencia poco común, don de gentes y gran ascendente sobre toda la familia, como hijo preferido de Don Pacho a decir por lo expresado en su testamento.
“Les ruego mucha unión entre todos mis hijos reconociendo a mi hijo Francisco como mi representante espiritual, para que lo consideren y respeten como su hermano mayor y amigo sincero, ojalá para todos los actos de la vida comercial, como familiarmente lo resuelve en consejo de familia, en cuyas determinaciones tengan en cuenta las opiniones de Elena como madre y como mi representante haciendo así un tributo a la memoria del que tanto los quiere y que pedirá siempre a Dios por la felicidad de todos”. (Extracto del testamento de Don Pacho Laserna, padre de Mario).
Así, sus hermanos, también muy capaces, con educación de primera calidad en Colombia y Estados Unidos, formaron un círculo en que Mario fue un joven precozmente adulto. Había una diferencia de edades algo considerable entre él y todos ellos. Escribían bien y eran buenos en matemáticas. Familia de intelecto privilegiado tanto por el lado Laserna y por el Pinzón, que podía entender el acontecer del país en lo social y político desde remotas generaciones.
Estas experiencias de vida con sus hermanos mayores y su tía Isabel Pinzón, que habían tenido la oportunidad de estudiar en Estados Unidos antes que él, le permitieron a Mario conocer en detalle cómo funcionaban las universidades en el exterior. “Entre todos los miembros de la familia, yo sentía especial inclinación y afinidad por mi hermano mayor, Francisco. Era a quien habían educado de forma más esmerada en instituciones prestigiosas” le comentaba a su amigo Hernando Bonilla Mesa, de acuerdo con una entrevista hecha en el 2000.
En efecto, Mario Laserna tuvo una entrañable relación de infancia con sus hermanos mayores, Francisco y Elena, y luego como adolescente, con el escritor Tomás Rueda Vargas y el filósofo Nicolás Gómez Dávila, para quien no pasó desapercibido su poderoso intelecto. Todos ellos influyeron enormemente en quien se convertiría en el fundador de la Universidad de los Andes.
Nupcias
La primera esposa de Francisco Laserna Bravo fue Lucía Jaramillo Arango, nacida en 1880. Se casaron el 25 de julio 1901, en Sonsón, Antioquia, cuando él tenía 36 años de edad. Ella murió en 1902 al dar a luz a su primera hija. El médico Ricardo Jaramillo Arango era hermano de Lucía y padre de Liliana, primera esposa de Mario Laserna Pinzón. La relación entre los Laserna y los Jaramillo de Manizales y Sonsón empezó por negocios, pero luego se amplió al ámbito familiar. Lo que sucedió entre Mario y Liliana tuvo como curioso antecedente, la promesa que hizo Don Pacho a sus hijos e hijas de regalar una hacienda a quien primero se casara con algún descendiente de Ricardo Jaramillo.
Mario conoció a Liliana en la finca de “San Cayetano”, Dosquebradas, cuando ella contaba 12 años. Estos tempranos encuentros ocurrieron por la relación entre Don Pacho y su cuñado Ricardo Jaramillo, quienes mutuamente se invitaban a pasar vacaciones en las fincas familiares de Dosquebradas, Ibagué o Ubaté, donde los días transcurrían montando a caballo, jugando ajedrez y disfrutando del sol en las albercas.
En segundas nupcias, con 42 años y luego de cinco como viudo, Don Pacho se casó con Helena Pinzón Castilla en la catedral de Bogotá el 27 de junio de 1908. Ella nació el 21 de febrero de 1889. Hija de José Pablo (Paulo) Pinzón Ruiz y Sofía Castilla López. Paulo (Bogotá, 1852-1932) era hijo del destacado jurista, educador y diplomático santandereano Cerbeleón Pinzón Flórez (Vélez 1813- Bogotá 1870) quien fuera secretario de la delegación de Colombia en Washington (1847), secretario de Relaciones Exteriores (1849 y 1854) y ministro de esa cartera (1856), gobernador de la provincia de Tunja, administrador de la Aduana de Santa Marta, profesor de jurisprudencia y rector del Colegio de San Bartolomé. Desde la Colonia, la familia Pinzón tenía una larga tradición de “letrados” desempeñando cargos públicos, especialmente en el manejo de cuentas, alcabalas y tesorerías. Esto podría explicarse el interés por los números entre los Pinzón y que Cerbeleón escribiera, la que se considera, su principal obra, Principios sobre la administración pública. Cerbeleón se casó con Concepción Ruiz Chaves, ambos de familias conservadoras. Sus hijos fueron, además de Paulo, José de Jesús casado con Nirsa Matíz Cardoso.
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