Mario Laserna por talento y fortuna familiar tuvo la oportunidad de acceder a una educación de alta calidad. Esta fue complementada por un ambiente de lectura y múltiples intereses culturales que enriquecieron sus padres, su abuela materna, tías y hermanos, especialmente por su hermana Elena Laserna quien lo introdujo muy niño a las tertulias del Centro Literario Rafael Pombo en Bogotá. Isabel Pinzón, su tía, y Elena fueron animadoras de ese espacio que le permitió el contacto con destacados escritores y periodistas del país.
En 1930 la familia Laserna Pinzón se estableció en EE.UU., en donde Francisco y Guillermo Laserna Pinzón ya adelantaban estudios superiores. La relación de los Laserna y los Pinzón con ese país la inició Paulo Laserna Ruiz y su sobrina Isabel Pinzón Castilla de Carreño, quien estudió en la Universidad de Columbia y desarrolló diversas actividades periodísticas, culturales y diplomáticas tanto en New York como en California. Francisco Laserna Bravo tuvo negocios en New York también relacionados con petróleo. Desde entonces Mario vivió largos periodos de su vida en Norteamérica, casi siempre en plan de estudio.
La familia Pinzón era una familia mucho más establecida en el nivel de la burguesía profesional. Varias tías y tíos Pinzón habían estudiado en el extranjero. A Sofía, tía de Mario, la enviaron a Italia a estudiar canto. Allí se casó con el italiano Lanzetta. Su hijo fue el primo hermano que después, cuando vino a Colombia, y estudió con Mario en el Instituto La Salle. El hijo de Lanzetta, Pablo, se convertiría en un prestigioso arquitecto de una reconocida firma.
Aunque en su familia por el lado de la madre y posiblemente del padre, anotaba Mario, siempre hubo un cultivo de las matemáticas y del pensamiento abstracto, su bisabuelo materno, Cerbeleón Pinzón, escribía sobre filosofía de la moral, filosofía de las instituciones políticas. Laserna lo hizo por una disposición intelectual y porque le daba liderazgo en sus clases. Levantaba la mano para contestar las preguntas que hacía el profesor.
Mario tuvo un destacado profesor de geometría elemental en el Instituto La Salle, a quien le gustaba poner problemas –lo mismo que le gustaba a Henry Yerly–; profesor del Gimnasio Moderno, para hacer funcionar la mente. Pasar al Gimnasio Moderno lo que representó fue un “traslado de un colegio demasiado tradicional, [como lo era el Instituto La Salle], a otro donde habían estudiado gentes eminentes como Hernando Martínez Rueda y otros de los que más tarde vienen a jugar cierto papel en la vida nacional”.
Mario consideraba que el Gimnasio Moderno “tenía la ventaja de un sistema más norteamericano, más abierto a la formación de tipo social y de tipo puramente de disfrute, del deporte o de la naturaleza, fue la gran idea de Agustín Nieto Caballero a quién siempre tuve la mayor estimación y por quien siempre tuve respeto al fundar el Gimnasio Moderno, respaldado por miembros de la familia Samper, que también fueron grandes educadores”.
Mario continuó su bachillerato en el Moderno y cumplió su deseo, no solo de entrar a un colegio con una pedagogía avanzada, sino de salir del encierro del internado y poder establecer relaciones sociales: “empecé a tener amistades en el barrio Teusaquillo que era un barrio más moderno. Tuve más contacto con el sector femenino. Eso indudablemente fue una ventaja para asistir a los bailes y las fiestas.
El hermano Gabriel fue el profesor de geometría que despertó el interés de Mario por las matemáticas en el Instituto La Salle. Al pasar al Gimnasio Moderno fue el profesor Henry Yerly. Laserna forjó una buena amistad con Yerly, tanto así que una vez se jubiló, se vincula como profesor en la recién creada Universidad de los Andes.
Además de la matemática, en la secundaria se prendió también la llama de la filosofía, que se había mantenido latente desde tiempos de su bisabuelo Cerbeleón. Esto lo condujo en sexto de bachillerato a conocer a Nicolás Gómez Dávila, “Colacho”, cuando buscaba información para una actividad escolar del curso de filosofía. Y como ocurrió con Yerly, este encuentro dio principio a una profunda amistad, convirtiendo a Gómez en otro mentor que lo interesó por el estudio de los idiomas y la filosofía, extendiendo el interés por las humanidades y la literatura que le había inculcado su hermana Elena.
Para 1942 llegó a Bogotá el doctor Francisco Vera (1888-1967), un refugiado español, quien dictó algunos cursos de matemáticas en la Universidad Nacional y la Sociedad Colombiana de Ingenieros, haciendo énfasis en la matemática moderna. Mario asistió a esos cursos y junto con su primo Pablo Lanzetta Pinzón tomaron clases particulares con Vera. Tal acontecimiento le motivó a irse en 1944 a estudiar matemáticas y filosofía en la Universidad de Columbia, Nueva York.
Al estudiar primaria en el Instituto de la Salle en Bogotá y en la escuela pública de Jacksons Heights en Nueva York; secundaria en el Instituto de la Salle y en el Gimnasio Moderno en Bogotá-, pudo interactuar con diversas culturas, profesores, condiscípulos y modos de enseñanza. Además, estuvo atento a lo que sus hermanos habían vivido durante su propia educación en Colombia y en el exterior y a los aprendizajes producto de su actividad profesional como ingenieros.
También a lo que se discutía en las tertulias sobre literatura a donde lo llevaba su hermana Elena y en casa respecto a los negocios paternos – irrigación para mejorar la agricultura, desecación de pantanos para ganadería, banca, ferrocarriles, electrificación, radio, cine, industria química–; la economía y la política –la Gran Depresión, el fin de la hegemonía conservadora, la guerra con Perú, los precios y la crisis del café del 1937, la Segunda Guerra Mundial, el incremento de la violencia en zonas rurales debido al sectarismo bipartidista–; tanto como lo que se hablaba en las tertulias en la casa de campo de don Tomás Rueda Vargas sobre política, toros, literatura y especialmente sobre educación, o en la casa de Gómez Dávila sobre literatura, filosofía, arte, historia, educación y la nefasta “vida aburguesada en función del “dinero”, el “éxito” y el “aumentar el paquete” –como solía decir–, donde confirmaba que “ni la imaginación ni la cultura permiten descubrir el camino para llegar a las ideas”.
Este acercamiento a una educación formal e informal de calidad le permitió a Mario Laserna adquirir las destrezas para desarrollar competencias que le permitieron identificar y formular soluciones a los problemas de diversa índole, especialmente los educativos. Una destacada característica de su formación y una capacidad que quiso transmitirle a la educación en Colombia con la fundación de la Universidad de los Andes, el 16 de noviembre de 1948, a sus 25 años. Su deseo de ser maestro lo manifestó evidentemente, cuando preparó el libro, Cómo estudiar con eficacia (1958), en que plasmó todas sus búsquedas y reflexiones sobre los métodos para estudiar, especialmente el conocido “método Yerly” que conoció en la Universidad de Columbia y que le enseñó a su profesor de matemáticas del Gimnasio Moderno, quien fue gran difusor entre sus colegas de Los Andes.
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